21 de mayo de 2014

Géminis: Entrevista con la suerte

"Quiero empezar diciendo que tengo suerte de estar aquí y que está usted muy bonita... Bueno, le digo que soy afortunado porque estoy en donde quiero estar, es decir, aquí, ahora, frente a la posibilidad de lograr lo que quiero, de cumplir una meta, digamos. Yo considero que alguien con suerte es alguien que hace lo que quiere hacer… Estoy muy contento de estar aquí y poder contarle quien soy, quién es la persona detrás de esos papeles, porque creo que sobre mi educación y mis trabajos formales, suficiente hablan los papeles que tiene entre sus manos, que, serán evaluados por usted y esta empresa, pero, no puedo dejar de decir que estoy orgulloso de cada punto que allí está escrito, porque fueron metas logradas con sacrificio y perseverancia, y me parece importante remarcarlo. Pero, como le digo, no estoy aquí para hablar de lo mucho o poco que hay en mi curriculum, sino justamente de todo lo que allí no está… Antes que nada me gustaría decir de mí, que soy una persona madura, aunque me vea joven, siempre, desde niño, fui maduro, serio. Por eso empecé a trabajar a los 17 años y no he parado aún. Considero que si no trabajara me faltaría algo, como si no estuviera completo ¿me entiende? Lo mismo me pasa con aprender. Aprender para mi es algo, no importante, importantísimo, fundamental... No, no, no. Aprender para mi es algo igual de necesario, como es el trabajo, para completarme como persona… ¡No! ¡No! Aprender, es para mi... ehmm..."

Así retumbaban estas palabras en la cabeza de E. N, mientras caminaba lentamente hacia la sala pisando las baldosas blancas. Era común en él repasar sus líneas, como un actor antes de salir a escena (y cada vez que era necesario adornar la realidad), pero esta vez estaba más nervioso de lo habitual. Había tomado demasiado café, pero lo que realmente lo ponía tenso como una piedra, era la solemne mole tecnológica que lo rodeaba, el verse subiendo a la sala de reuniones, pisando esos peldaños de vidrio y tocando la fría e indiferente baranda de metal.

Aterrorizado, E. se dirigía a la entrevista de trabajo luego de haber pasado las pruebas escritas, y aunque creía estar seguro de querer trabajar en esa multinacional, en el fondo una sombra de dudas se agitaba. Cuando al fin llego a la sala lo hicieron esperar en unos bancos metálicos, junto a otras siluetas humanas que había allí en el costado. Puso la mente en blanco y esperó, pero la paz interior le duró poco y cuando finalmente lo llamaron, tenía tal embrollo de voces en la mente que no pudo emitir sonido. Lo hicieron pasar a una salita contigua, blanca y metálica, sintió frío. Luego lo hicieron sentar en una silla también de metal y vio a la mujer que lo iba a entrevistar. Era más hermosa, más fría y de mirada más dura que la que había imaginado. Su libreto se esfumó.

-Buenas tardes señor... E. N.

Intentó responder y no pudo. Estaba paralizado. Con un esfuerzo enorme volvió a abrir la boca y un silbido salió, parecía decir "Buenas". E. carraspeó y con el pulso acelerado, los ojos en el techo cada vez más húmedos largó:

-Tetetetetete... teteten... tetengo... su...su...su...suertete...

Luego, se quebró y lloró.

Este episodio puso fin a su vida elocuente y marcó el comienzo de sus problemas con la disfemia. Poco tiempo después ya no era conocido como E. N. sino como el tartamudo, y aunque nunca más quiso hablar del tema, le alegraba saber que nunca volvería a pisar las heladas baldosas de esa empresa, ni volvería a ver los ojos despiadados de aquella mujer, ni sentiría esa terrible vergüenza de ser; y es que tal vez realmente tuvo suerte.