20 de diciembre de 2016

El último cigarro

No hay señal. Mi pierna está rota, trato de no mirar el hueso sobresaliendo. Me até como pude con la camisa, pero la sangre sale en grandes cantidades. Es de noche, no hay nadie, sé que voy a morir en cuestión de minutos.

Tendría que haber parado para dormir, tenía mucho sueño, la curva me sorprendió y no recuerdo más. Desperté entre los hierros retorcidos del auto y salí arrastrándome destrozando aún más mi pierna. El dolor era insoportable, no hay grito primal que pueda describirlo, sin embargo, ahora no siento nada, la sensibilidad se ha ido.

En mi mano está el celular, sin señal. Le escribí un mensaje a mi mujer con la esperanza de consolarla. Tal vez lo lea mañana, cuando mi cuerpo sea encontrado, trasladado al pueblo y el teléfono recupere la señal; tal vez el mensaje no llegue nunca y el celular quede perdido entre estos pastos. Lo último que le escribí fue "pase lo que pase, disfruta la vida", pero ahora pienso que fue una mala idea. Verá el mensaje de un fantasma que desde la muerte le dice que lo olvide, que la vida pasa en un segundo y no hay tiempo para mirar atrás. Creo que cometí un error, no debí escribir nada.

Miro alrededor, la noche es oscura, estoy en el medio del campo, no va a pasar nadie, pero aunque pasara un conductor perdido, o una ambulancia yendo al pueblo, no tengo fuerzas para gritar y tanto el auto como yo seremos invisibles hasta que salga el sol, pero no saldrá para mí, saldrá para mis hijos. Iluminará sus caras, sus ojos. Brillarán en la mañana, al mediodía, en la tarde, y luego, cuando las estrellas salgan, levantarán la vista y la luna también los bañará de luz. Es una lástima que no pueda llegar a tiempo para el cumpleaños de Carli, debí salir más temprano, debí haber dormido la noche anterior, debí haber hecho esto, no debí haber hecho lo otro. Ya no vale la pena recordar.

Guardo mi celular en un bolsillo del pantalón, la pierna rota se mueve y aunque no duele, veo todo blanco por un segundo. Saco la caja de cigarros y el encendedor. Queda el último cigarro. Lo estoy fumando. Mi espalda está cómoda, estoy apoyado contra una piedra bastante lisa, escucho grillos y un búho lejano. Respiro, es una hermosa noche. 




28 de noviembre de 2016

Deleite

Persianas que se bajan
Pestañas que se abren
Sueños que hierven al sol
Noches que se van de la azotea.

Ha quedado lejos en la mudanza
aquél rancho de lata
infértil, tardío, cerrado e incendiado;
hundido en la memoria.

Se han ido los humos,
los dientes ya no mastican
la sed de bailes exóticos.
No, tampoco lo harán.

Sin nostalgia, sin temor.
Sin vuelta ni arrepentimiento,
el tiempo se ha ido
a lugares sin tiempo.

Quedará espacio en la retina
para otro amanecer desvelado,
tal vez una fragancia roja,
una mirada rota, hasta curtir.

Habrá lugar para la guerra
y la paz sera sofocante,
pero cuando el cuero se curta
Subiremos las persianas
Bajaremos las pestañas
Y el sueño seguirá su curso...

No hay como saberse soñando
para despertar.



22 de octubre de 2016

El tatuaje

No soy. Existo como una forma abstracta, un conjunto de sensaciones, no tengo forma material pero estoy en tu mente.

No soy, pero me conocés como ese dolor asfixiante, ese desarraigo carcelario, esa mordaza maldita que te saca el aliento, la vida.

No soy, aún no soy, pero estoy en una cárcel invisible, que no ha sido dibujada, pero existe. Querés liberarte de mí, soy un peso muerto en tu conciencia.

Todavía no soy, aunque algo esta cambiando. Ya empiezo a ver unas finas lineas ante mi, se dibujan como barrotes de una pequeña jaula de pájaros.

Tiene suaves curvas y delicados puntos aquí y allá, es una jaula ornamental, es la prisión en la que habito desde hace tanto, invisible, y ahora se está manifestando en la realidad.

No soy, existo, como hace tanto, en la jaula que siempre estuvo, siempre me tuvo acorralado, prisionero, pero ahora no solo se está transformando en una forma material: la puerta de la jaula se está dibujando abierta.

Empiezo a ser. Y soy un pájaro, de una raza extraña, una mezcla de ave del paraíso, golondrina y ave fénix. Tomo forma, empiezo a tomar conciencia de mí mismo. Estoy volando.

Soy un pájaro y vuelo, vuelo fuera de la jaula, estoy volando. Ahora sé lo que soy, soy un dibujo.

Soy un dibujo en una piel, soy un tatuaje, soy un símbolo de que ya no existo más. Y sin embargo viviré, mientras viva esta piel que ahora toco, seré libre, seré símbolo de que ya no existo más.



31 de agosto de 2016

Sobre la relativa empatía

Es imposible describir
el sonido del mar
para el que vivió su vida en la montaña.

Es imposible describir
el viento de las cumbres nevadas
para el que vivió su vida junto al mar.

Y sin embargo imaginamos,
soñamos con humos perdidos
en tiempo y espacio.
Creamos espirales de sentidos,
hasta que por un segundo
nuestra piel se eriza tanto,
que nos desprendemos de ella,
viajamos
y somos el mar y la montaña.

Somos una sola forma.

No siempre hay empatía,
pero cuando la hay
vale más que nada
en este mundo de ilusiones.



1 de julio de 2016

Sangre seca

Franco era feo, grande y feo. Una bestia de más de dos metros treinta de altura. Tenía más de cuarenta años pero aparentaba sesenta, la vida había sido algo dura con él. Su barba era negra y crespa y aunque le producía comezón, hacía años que la mantenía larga y salvaje. Desde pequeño, y pequeño es un decir, se acostumbró a sufrir, a sentir dolor, a no desear la vida. Los niños con los que jugaba en aquellos tiempos lo atormentaban en cada oportunidad que tenían, lo escupían, le pegaban, lo insultaban de las formas más retorcidas. Su horrible cara, como desfigurada por el fuego era una motivación para esos niños, era una forma de mantener equilibrada la monstruosidad interna con la externa. Pero Franco, al que obviamente llamaban Frankenstein, era callado y taciturno. Soportaba la vida como quien soporta al invierno.

Un día el invierno terminó y la primavera llegó a sus ojos y a su enorme cuerpo. Veía a la hermosa joven de sus amores desde la ventana, la veía correr y saltar y reír. La vida le sonreía a aquella joven y desde su cueva, Franco empezaba a fermentar su veneno. Su amor se volvió envidia, la envidia se volvió odio, el odio se transformó en deseos de venganza. Cuando la primavera estaba terminando se vengó. La hermosa joven no se resistió, abrazo a la muerte como cualquier otra sorpresa agradable a la que estaba acostumbrada.

El verano llegó y Franco era ya un monstruo. Todo lo bello le producía odio y su soledad solo acrecentó los deseos de venganza. El mundo iba a conocer el terror. Destilaba muerte y por las noches deseaba saciarse. Una de esas noches de calor, en el bosque cercano al pueblo en el que vivía, escuchó a una mujer que evidentemente esperaba a alguien. Franco iba a matarla.
-Hola... escucho tus pasos -dijo la mujer.
-Escucho tus pasos -susurró Frankenstein.
-¿Quién eres? -se estremeció la mujer que no esperaba esa voz.
-¿...eres? -respondió quedamente desde atrás de un árbol muy cercano a la mujer.
-¿Qué quieres? Estoy esperando a alguien, vete ya.
-Estoy esperando a alguien, vete ya -gruñó Frankestein y se abalanzó sobre la mujer como un animal desesperado por el hambre. La mujer tenía una cuchilla en la mano y atinó a estirarlo hacia la cara del monstruo, quien al sentir el filo en la mejilla dio un paso atrás. El tiempo fue suficiente para que la mujer escapara corriendo en silencio.
Pronto se escuchó otra voz en el bosque. Era una voz suave.
-Mariella... ¿estás ahí? -provenía de un muchacho.
Franco, herido, vaciló, se quedó quieto un segundo más. De pronto se escucho la voz de la mujer, no lejos de allí.
-Estoy aquí querido, ven.
-Ya voy mi cielo, ya voy, estoy yendo.
-Aquí mi amor, rápido que estoy deseando verte.
-Te veo querida, aquí, dame un beso.
-¡Toma! -y la mujer clavó la cuchilla en el pecho del joven, quien luego de un par de estertores, murió.
Franco estaba inmóvil aún. Pasaron unos segundos, pronto escuchó:
-¡Y tú! ¡Muchachote! ¿Vas a venir o tengo que buscarte?
Los ojos del monstruo volvieron a encenderse, los deseos de venganza eran diferentes ahora.
-¡Vas a venir o tengo que buscarte! -exclamo Frankenstein al fin y comenzó a caminar.
-Ven... 
-Ven -repitió el monstruo que se acercaba.
-¿Por qué me eludes?
-¿Por qué me eludes?
-¿Acaso quieres matarme?
-¿Acaso quieres matarme?
-¿Por qué repites todo lo que digo?
-¿Por qué repites todo lo que digo?
-Eco...
-Eco...
-¡Eco! ¡Eco! ¡Eco! 
-¡Eco! ¡Eco! ¡Eco!
-Morirás, ¿lo sabes?
-Morirás, ¿lo sabes?
-Odio que se burlen de mi, ¿sabes?
-Odio que se burlen de mi, ¿sabes?
-Tú no entiendes nada.
-Tú no entiendes nada.
-¿Yo no entiendo nada?
-¿Yo no entiendo nada?
-¿Te crees muy listo, asesinando inocentes?
No hubo respuesta. Se encontraban frente a frente.
Ella miro la cara ensangrentada y los ojos de fiera del monstruo que estaba allí. Sintió empatía. El miró los ojos de fiera de la mujer, luego la cuchilla ensangrentada que sostenía en la mano. Sintió empatía...

Llegó el otoño y Franco se miraba en el reflejo de un charco de sangre en el piso. Se rascaba la barba negra y crespa. Tenía más de cuarenta años y en su cueva había huesos y carne podrida. Había una piedra que utilizaba para afilar la cuchilla que le habían regalado. El único regalo que había recibido en su vida. Miraba sus ojos en el reflejo rojo. Estaba cansado y se dio cuenta que ya no había un propósito en la venganza. Lo bello iba a seguir existiendo a pesar de él, él iba a seguir existiendo a pesar de lo bello. 
Empezó a caer la helada, se puso un abrigo de piel de cabra y prendió el fuego. El invierno estaba cerca y también su fin.








30 de junio de 2016

Viajando en el tiempo sin tiempo

Se postergó la nada inflexible debido a las inclemencias climáticas. Las estructuras caen. Ese es su destino; el tiempo no detendrá lo que un viajero preocupado de su preocupación pueda tratar de oportunizar, pero sin embargo los cuerpos no brillan luego de apagar la luz y la luna menguante me dice que está bien así. Se escucha un trueno. La casa vibra. Ya es setiembre, ya es octubre, ya es noviembre. Ya será diciembre, ya será enero.

Sí, ya será enero, pero aún es noviembre...


30 de mayo de 2016

Fonemas

En español: «Dios nos dio dientes, Dios nos dará pan».
En sánscrito: «Devas adadāt datás, Devas dat dhānās».
En lituano: «Dievas davė dantis, Dievas duos duonos».
En latín: «Deus dedit dentes, Deus dabit panem».

Sé que estoy rematadamente loco, pero ya no me importa quien leerá esto, en realidad, la vida nunca tuvo sentido y solo estoy tomando conciencia de que aunque escribo para no morir, morir tampoco tiene sentido. Tal vez no se entienda del todo lo que hoy estoy escribiendo en estos renglones, tal vez estoy condenado a caer en la absurda cuenta de que el olvido es lo más vasto que hay en el universo.

Sin embargo voy a escribir lo que quiera, por que al fin de cuentas, desde esta misma noche puedo afirmar que estoy irremediablemente ¡loco!

Debo empezar por decir que me resultaba muy interesante descubrir los significados ocultos de las palabras, especialmente de aquellas que creemos que nos resultan conocidas. Disfrutaba enormemente observando como una misma palabra puede significar tantas ideas diferentes dependiendo del país o región en que se pronuncie, del tono de voz y el idioma. De las variables, es el idioma el factor que se presta para una mayor profundización porque en la mayoría de las palabras, y deseo citar la definición de “palabra” de la Real Academia Española para partir de una base común; dice la RAE: “Unidad lingüística, dotada generalmente de significado, que se separa de las demás mediante pausas potenciales en la pronunciación y blancos en la escritura”; como decía, las mayorías de las palabras tienen una raíz común, una lengua madre, de la que posteriormente se desarrollaron muchos lenguajes. Más allá de lo que implica el estudio del lenguaje protoindoeuropeo, se han comprobado coincidencias en ciertos conjuntos de morfemas y significados en culturas sumamente distantes entre sí, en tiempo y espacio, lo cual hace al estudio de estos fenómenos algo de carácter antropológico, universal, imprescindible pero también desestimado.

Sin embargo, no es la idea hacer un tratado de lingüística, de etimología o antropología, sino simplemente contar lo que me ha ocurrido, pero para poder graficar un poco mejor la situación, debo poner un ejemplo: voy a pronunciar "sta".

Sta... ¡Qué gran verbo!

El comienzo es la palabra "destino", la cual deriva del latín 'destinare', formado por 'de' y 'stanare', cuya raíz es indoeuropea, se escribe 'sta' y significa estar de pie. De la raíz indoeuropea se desprendió posteriormente el 'statos' griego, traducible como “estado” y el 'sthiti' sánscrito que significa “estabilidad”. Cada palabra tiene una profundidad abismal, pero básicamente, “destino” significa, a mi modo de entender y de sentir, mantenerse parado, firme, estable como un arquero frente a su blanco.

Destino es provocar o hacer, lo que, en español, significa estar.

Pero no es esta la palabra la que en las últimas noches revoloteaba sobre mi cabeza, como un insistente mosquito, zumbando en penumbras sus voces oscuras y cavernarias. Ha sido "Ilusión" el motivo de mis desvelos.

Es la maldita ilusión. Ilusión... es la palabra que ha acabado con mi ilusión.

Si bien existe una aceptación del concepto de ilusión como representación que refleja una esperanza, y su cumplimiento nos parece especialmente atractivo, el origen del vocablo y por tanto su verdadera naturaleza, trata de todo lo contrario. Ilusión proviene del latín 'illusio' que significa engaño o burla. Está vinculado con el verbo 'lúdere' (jugar) y probablemente del indoeuropeo '*leid-'. Se trata de una burla, de un engaño, más o menos premeditado, que involucra jugar con lo que otra persona puede o no sentir como importante. Ahora bien ¿Por qué siento que la misma palabra es una burla a mi inteligencia? Y lo más importante: ¿es acaso imposible pensar en algo que no sea un completo engaño, si partimos de que las mismas raíces no significan nada?

Un árbol sin raíces no se puede sostener y cae, a menos claro que el árbol no exista y sea un engaño, una fantasía, una idea y no una realidad. ¿Cómo puedo hablar de un árbol que no existe, de un árbol cuyo significado, no solo no me es conocido, sino, que de serlo, sería algo absolutamente falso?

No quiero caer en la paradoja socrática y absurda de que “solo sé que no se nada”, porque no soy, ni era, ni seré jamás un filósofo, pero, para mí era una locura pensar “no sé nada”, porque sabia muchas cosas, aunque ahora se me hace imposible fundamentar este punto.

Durante el tiempo que duró mi obsesión con esta palabra, simplemente no soportaba la idea de que las cosas no tengan sentido, de que vivamos en un completo autoengaño, en una ilusión autoimpuesta. Día tras día rondaba esta maldita palabra en mi cabeza, cada noche, cada mañana y hora tras hora estaba un poco más convencido de que la realidad no tenía sentido. Por más que me resistiera buscando y rebuscando en viejos libros de etimología, el mundo a mi alrededor no solo parecía una ilusión, sino que mi propia existencia no parecía ser otra cosa que el delirio de una sociedad manifestándose en carne, y por tanto la vida y la muerte carecían de significado real.

Con estas palabras intento explicar lo que sentía, pero debo continuar contando lo que que ocurrió, sin que se piense que experimenté una psicosis persecutoria o algún otro tipo de delirio ¡inexistente! Sé que puedo ser un poco obsesivo, pero es que ésta palabra me ha superado.

En fin, contaré lo ocurrido.

Cuando desperté esta misma mañana, ya tan lejana, me sentí más confundido que en días anteriores. "Ilusión" retumbaba en mi cabeza y a cada segundo la palabra misma perdía sentido, mi existencia ya no lo tenía y mi vida ya no era real. De todas maneras, a fuerza de costumbre me levanté y automáticamente me serví café, fumé un cigarro, miré el reloj pero allí me quedé, sentado en la silla del comedor, observando la taza vacía, la cuchara sucia, las migas en el mantel, el segundero del reloj de pared... La sensación en mi estómago era más fuerte de lo habitual, así que decidí acostarme y resguardarme del mundo exterior, no podía pensar en nada más, casi no podía moverme, pero me esforcé y finalmente me desplomé en la cama. En realidad, luego del café debería haber ajustado mi corbata, acomodar detalles de mi pelo frente al espejo, tomar mi maletín y salir de mi casa hacia la oficina en el centro de la ciudad, como hacía todos los días. Sin embargo no pude. No quise. Como dije, me desplomé sin sentido en mi cama y en la absoluta soledad de la habitación no había más que penumbras, y las palabras, los fonemas, haciendo eco por los rincones, eran sonidos guturales que hablaban de lo real y lo irreal, de la fantasía hecha realidad y el terror de lo inexistente, del cero absoluto, de la absoluta carencia de sentido que tiene la vida. Lo ilusorio y lo real invadían mi mente y me hacía daño tratar de estar “fuerte”, “consciente”. Me dejé llevar, cerré los ojos y todo giró...

Luego de cierto tiempo indefinible abrí los ojos, los mismos que tan cerrados había querido mantener cuando caí derrotado en la cama, como deseando volver a despertar en otro lugar y comenzar una nueva vida. Abrí los ojos, inocentemente, buscando certezas, aquellas certezas que siempre fueron parte de mis días, pero lo que encontré ante mis ojos fue terrible. Vi formas sin forma que se me acercaban, oscuras formas humanoides, veía sus movimientos danzantes a mi alrededor, pero eran indescifrablemente monstruosas y antiguas. Sin embargo una de ellas me tendió una mano, con un gesto indescriptible que parecía ofrecerme algo y yo, aunque dudé, acepté...

Debo decir que el hecho de que aceptara tomar la mano de ese ser oscuro e indefinido, probablemente me provocó la total ruptura con la vida que venía llevando y que nada tiene que ver con lo que ahora he de llevar.

Lo que pasó después tampoco es descriptible en términos científicos o razonables. Sentí que se me quemaban los dedos al sostener esa extraña mano, luego un dolor profundo brotó de mi interior. Mi mente ardió y no tuve conciencia de lo que pasó después. Solo tengo recuerdos de sueños brumosos, oscuros, agrios... Luego hubo un gran cambio en la sensación del sueño y todo dejó de parecer una pesadilla. De ese momento recuerdo el sonido de un riachuelo cercano y un olor... el olor a humedad de la tierra... tenía la absoluta certeza de estar refugiado en una cueva, en una época remota, probablemente prehistórica y estábamos refugiándonos de la lluvia. Es que definitivamente no estaba solo, había seres a mi alrededor, de los cuales solo percibía su aura y una vaga sensación de conocimiento. Me sentía seguro, a salvo del horror, a salvo de la muerte. No podía hablar, ni moverme, pero veía claramente que estábamos en una cueva, había huesos en el piso, dibujos rupestres en las paredes y unos pequeños cuencos de barro en los que había alguna sustancia líquida. Mi mente estaba tranquila, aliviada de cargas y hubiese querido permanecer allí, junto al calor de un fuego que ardía cercano...

Horas después, cuando desperté, estaba atardeciendo y entre mis manos había una vieja cuadernola que utilizaba como diario en mi juventud, era una de aquellas que en mi remota adolescencia, en los días en que todo tenía sentido, utilizaba para dejar constancia de lo que veía a mi alrededor y no entendía. También había un bolígrafo negro en mi regazo. Leí la cuadernola y la releí, sin pensar en la razón por la que esa cuadernola había llegado a mis manos, pero la devoré como un ser hambriento de sentido o sensatez. Descubrí que las últimas hojas estaban libres. Decidí no dejar pasar el impulso que me dominaba y tomé el bolígrafo, a continuación empecé a escribir este conjunto de fonemas que ustedes, sean quienes sean, acaban de leer.

Escribir me devuelve a la realidad, me conecta conmigo mismo. Siempre ha sido igual. Por suerte todavía queda un poco de espacio, solo unos renglones que me dedicaré a completar ahora, pero me reservo el contenido, porque son mis dientes mordiendo el pan que me ha sido dado, es mi propia ilusión y tal vez, mi propio destino. Hasta aquí llega lo que ustedes pueden comprender de sus propias vidas.

En lo que a mi respecta, ya no trataré de vivir una vida con sentido, ni encontraré en la muerte un refugio simbólico de vida eterna, no seré más que un pasto que crece, en una pradera, en un planeta, en una galaxia perdida y olvidada.








30 de abril de 2016

Aquila

-No tengo miedo -pensaba Vari y las palabras hacían eco en su cabeza aún no del todo despierta, no del todo dormida-, voy a dejar que pase. -De ésta forma hablaba hacia adentro, sin emitir un solo sonido hacia la realidad externa y se dejó invadir por el habitual infierno de opresión y asfixia, por la misma sensación de muerte, por su diagnosticada parálisis del sueño que tan a menudo venía sufriendo.

-Hola muchacho... -una voz áspera y profunda hizo eco en la habitación, Vari se sobresaltó, pero no abrió los ojos. -No te asustes... no hace falta... -la voz cavernosa le llegaba a lo profundo de la mente y se mezclaba con el infierno de aplastamiento y muerte que sentía en cada poro de su piel. Tenía miedo, había sido valiente al dejarse llevar hacia su calvario, como aceptando la muerte, pero nunca antes había sentido una voz que fuera parte de la pesadilla de la parálisis; aún así, Vari no se atrevió a abrir los ojos. -Debo pedirte que no abras los ojos... -dijo la voz, lenta y pastosamente-. Vengo del Hades con un mensaje para ti, muchacho... -Vari respiraba muerte de a pequeñas bocanadas, estaba agitado, helado del miedo, tratando de soportar el peso cada vez más agobiante de algo que estaba sobre su pecho; sin embargo, abrió los ojos.

-He dicho que no abras los ojos, niño... te has atrevido a contradecirme... -dijo el amorfo pero pequeño ser, espeluznantemente negro, que estaba sentado sobre el pecho del muchacho, solo sus ojos brillaban y también sus dientes afilados al hablar.

-¿Quién eres? -preguntó Vari, trémulamente y notó que estaba inmovilizado, en su cama, su habitación casi a oscuras.

-Eso no importa... -dijo la voz-. Soy un mensajero... y tu, un niño estúpido... no mereces otra cosa que vivir aterrado de ti mismo, sufriendo por tu incapacidad de ver tu propia alma, incapaz de ver tu potencial... incapaz. Eres un pequeño niño incapaz... -la voz poderosa hacia un eco terrible en el corazón de Vari y un brote de indignación brotó desde lo profundo de su ser y se transformó en palabras.

-¿Vienes como un repugnante ladrón y te dices mensajero del Hades? -susurró Vari, pero la voz creció hasta terminar casi en un grito de guerra- ¿Qué es lo que quieres bestia inmunda? Dime cual es tu maldito mensaje y dime porqué habría de tomarlo en cuenta. Vamos, habla, ¡habla ya y vete!

-Pequeña rata insensata... no mereces tu poder y menos el mensaje... pero debo cumplir mi obligación... y tu, tu destino...

-¿Y qué esperas?

-El mensaje que me ha sido dado es el que escucharás ahora... grande es el señor del inframundo y grande son sus misterios... sus propósitos me son vedados pero he aquí lo que has de saber... <<Aquila es tu verdadero nombre, alto volarás y glorioso será tu vuelo. Verás tus garras atravesando la piel del enemigo y tus ojos verán siempre la victoria. Grandes serán tus hazañas y tu honor, y nadie jamás olvidará tu nombre>> -hubo un grandísimo silencio en ese momento, un silencio que dolía como mil agujas, pero con un tono no tan resonante y pomposo, el pequeño monstruo terminó su discurso-. <<Ahora bien, para cumplir tu alto destino, deberás tomar control de tu propio abismo y para ello deberás asesinar al mensajero>> -la voz se volvió trémula-, <<deberás acabar con quien pronuncia estas palabras...>> -El asfixiante silencio volvió a colmar la habitación durante eternos segundos. 

-Con gusto lo haría si pudiera moverme, maldita criatura, pero apenas puedo respirar -dijo Vari rompiendo el silencio, hablando con mucha dificultad, pero, de súbito escuchó una voz propia, en sus pensamientos y la voz decía "sí, puedo moverme", entonces Aquila abrió los ojos al mundo.

-Estoy solo -dijo al fin. Respiró profundamente, recuperando el aliento, mirando con sus penetrantes ojos la realidad de su habitación, de su cama, de su cuerpo y notó que nadie más que él estaba allí, en la habitación y que la luz de la mañana, tenue, entraba por la ventana. Se irguió, salió de la cama lentamente, se acercó a la ventana y miró hacia afuera; el día comenzaba a brillar a la par de Aquila.




31 de marzo de 2016

Finale Magno

El final de este cuento es maravilloso. Es de lo mejor que escribí en mi existencia, una obra cuyo final es simplemente majestuoso. De hecho no me alcanzan los epítetos para describir semejante magnificencia y estoy totalmente convencido que ni al mismo Cortázar le alcanzarían las palabras.

Sí, estoy muy satisfecho con este cuento, es mi obra cúlmine, mi mayor aporte a la Literatura y sé que el final los dejará atónitos, cerraran los ojos y sentirán esa oleada de dulce amargura, esa euforia aplacada, ese cigarro después del orgasmo. Quiero que sepan que les dedico a ustedes, queridos lectores, este hermoso cuento, nacido de mi creatividad más pura.
Pero como no quiero ser presumido, con la humildad que tanto me caracteriza trataré de llegar a los corazones de todo el mundo a través de una editorial incipiente, unos muchachos emprendedores que merecen ser reconocidos a nivel mundial. A ellos también, les dedico estas letras.

He esperado muchas décadas por este momento. Cuando tenía cuatro años empezó mi ilusión, aquella tarde en la que con mi mejor caligrafía le escribí una carta al dueño de la editorial más importante del país, supe con plena certeza que llegaría lejos. Cómo muchos creen, no fue el hecho de que mi abuelo fuera el dueño de la editorial la razón por la que a los cinco años ya tenía mi primer cuento publicado, sino porque sus asesores, grandes críticos literarios de la época, elogiaron de forma unánime mi primera obra. No hablaré aquí de la grandeza que yo creía tener, porque como saben, soy una persona de gran humildad, por eso me remito a las palabras de esos magníficos sabios que rodeaban a mi abuelo: "Grandioso" decían, "Una imaginación digna de un genio", "Es el nuevo Rogelio Antúnez-Grava" me elogiaban.
Debo decir que en cambio, mi abuelo fue un fracaso como escritor. Lo recuerdo como un anciano muy triste, lleno de esa frustración que genera no haber sido publicado jamás. En su juventud había escrito su único cuento mientras estaba en el barco de emigrantes. Creo que se trataba de la muerte de un marinero en una tormenta eléctrica y había algo sobre una historia de amor como trasfondo. Es decir, un montón de lugares comunes que al presentarlos ante los editores de aquella época, naufragaron irremediablemente. Pero mi abuelo era persistente, como su madre lo había sido al salvarlo de una guerra y a ella dedicó el esfuerzo de crear su propia empresa editorial. De hecho lleva su nombre: Elvira S.A. Elvira había nacido en un pueblo pobre y tuvo once hijos, de los cuales cuatro murieron de hambre siendo muy pequeños, cinco cuando llego la guerra a la provincia y uno por accidente, al caer en un pozo de agua. Mi abuelo, el único que vivió, fue metido en la bodega de un barco contra su voluntad, ya que su deseo era quedarse en el pueblo con su joven amada, pero gracias a la enorme tenacidad de Elvira se salvó de una muerte segura, pues el pueblo fue totalmente destruido por una inundación incomprensible.
En resumidas cuentas, cuando mi abuelo me contaba la historia de sus antepasados, no podía dejar de ver esa enorme tristeza, sentía que su alma estaba incompleta porque a pesar de ser dueño de una editorial, su cuento jamás había sido publicado, siempre le sugerían cambiar esto, cambiar aquello y cuando amenazaba con mandarlo imprimir tal cual estaba escrito, sus asesores amenazaban con renunciar, pero mi abuelo no podía darse el lujo de perder semejantes críticos. Una y otra vez su barco naufragaba y su frustración debió haber crecido mucho, hasta el punto de negar su verdadero afán por ser publicado. "No me importa publicar mi cuentito", decía, "mi verdadero afán es encontrar al próximo Cervantes", e incluso llegué a escucharlo decir "No soy escritor, soy dueño de una editorial, lo cual es muy diferente".
Yo lo entendía, ¡claro que podía entenderlo! No es fácil saber que nadie leerá tus palabras, aún siendo un escritor mediocre, por eso es comprensible que haya tenido una vejez tan triste.

Su última voluntad antes de morir fue que publicaran mi segunda obra, una novela policial que se llama "El azar y la mentira", que aún pueden conseguir en algunas librerías. Tenía ocho años para entonces y he aquí el giro inesperado de éste cuento que aún siguen leyendo. Con la intriga no casual que he mantenido, he aquí la parte inesperada, el sobresalto, el momento en que el corazón se arruga: tenía ocho años cuando falleció mi abuelo. El ávido lector intuirá esa sorpresa muy cerca de su corazón y para aquel que es un poco más lento le diré lo que generó: una revolución.
Mi padre, nuevo dueño de la editorial me preguntó en ese entonces "¿Cuánto demoraste en escribir esta novela?" y yo le respondí "Una hora y media". A los pocos días tenía veintitrés novelas escritas, treinta y ocho cuentos cortos y un poema. El poema nunca fue publicado, porque me daba vergüenza, pero ahora que han pasado unos cuantos años lo saco de la oscuridad a modo de homenaje a la valentía y al despertar de la grandeza que todos llevamos dentro. Incluso de los mediocres.
A continuación transcribiré los versos de mi único poema, para llegar por fin al clímax tan esperado. Por eso, he aquí el poema y sus versos, he aquí la cumbre, ¡he aquí la gloria! He aquí el final de este cuento:

"Yo veo por la ventana
hacia tu floreado jardín
ansío la gran llegada
de tus labios de rubí.

Deseo tanto tu mirada
sediento de morir
por tus manos y en la cara
dibujar tu risa al fin."





4 de febrero de 2016

Todo cambia

Dicen que cuando te cortan la cabeza sientes un dolor inconmensurable durante dos, eternos, segundos. Pero se cree que durante quince segundos más, la sangre y el oxigeno que queda en el cerebro es suficiente para mantenerte con cierto nivel de conciencia, lo que explicaría los movimientos musculares de las cabezas degolladas.

Es horrible lo que escribí, tal vez debería pensar en cosas lindas, como en gatitos y perritos jugando en una playa del caribe, palmeras, cocos y esas cosas.

Voy a hacer el intento. El gatito jugaba con el perrito bajo una palmera en una playa del caribe, mientras yo miraba a la dueña que se agachaba constantemente para acariciarlos. Luego ocurrió lo inevitable, fui hacia ella y sin querer pisé al perrito que estaba echado de lado. Me mordió un dedo del pié y por reflejo le pegué una patada que lo dejó malherido contra una palmera. En ese momento un coco se desprendió y dio en la cabeza del gatito. La dueña gritó y me degolló con la mirada. ¡Que le corten la cabeza! sentí que me decía con los ojos, me fui alejando despacito, sin darle la espalda a esa mujer. En fin, por suerte los animalitos sobrevivieron, yo existí durante menos de quince segundos.

Bien, bien, mucho mejor.



5 de enero de 2016

Ciento uno

He decidido escribir que llegué a cien entradas de este blog.
Es una noticia agridulce. Esperaba, más o nada. Esperaba.
A tiempo, a destiempo. Sin tiempo pasado, presente o futuro.
No hay caso. No soy quien creí ser. 
Me veo en un espejo y sigo nadando con la misma energía. 
Pero me veo pasajero.
Carreta, carretera, carrera, carretel. 
Sí, es el mismo carretel, el que todavía no ha acabado y espero que no lo haga nunca.
No es algo que controlar, no es posible. La lana sale sucia.
Nunca podré frenar mis letras ni forzar a que salgan.

Mierda y oro posan bien.
La indiferencia me es indiferente.
Lo que soy lo formo.
Nadie me dice que estoy. Pero la verdad es que no estoy.
Nunca estuve.

Esto no es un empate.
Es una derrota porque mi nariz está en la tierra.
Y es una victoria porque sé quien soy.
No, no es un empate.

Digo en voz alta: "Ya no espero".
Me digo para adentro: "Gracias por pasar, pasajero".
Y pienso, decido, que aquí terminan las grabaciones.




4 de enero de 2016

Amanecer

En la niebla veo tu figura desnuda, contrastando con toda la incertidumbre que te rodea. Estás sonriente, y tus cabellos húmedos se abrazan a tus altivas mejillas. Tus ojos muestran el cansancio y la sabiduría de una vida y están allí, felices, tranquilos, contemplando aquello que tienes de frente, aquello que los años de espera trajeron a tu vida. 
La niebla se dispersa y veo más que tu silueta, tu sonrisa y tu mirada de paz; sé que mi muerte no te ha desamparado y que el largo viaje realizado, valió la pena de toda una vida maltrecha.
Empiezo a escuchar un latido, el sonido es cada vez más fuerte, ahora se mezcla el sueño y la mañana.