23 de octubre de 2014

Escorpio: En un rincón poco iluminado del cuarto

Todavía estoy sentado en mi cama. La fiebre ha mejorado un poco, así que puedo describirles lo que ocurrió. Hoy, cuando la noche recién comenzaba, cuando mi gripe estaba en su peor momento y la fiebre embriagaba mi conciencia, me encontraba mirando atentamente la pared. En cierto momento percibí la presencia de alguien por el rabillo del ojo, y al mirar bruscamente hacia ella, me sorprendí.

Nunca la había visto así en mi vida. Durante años estuvo allí cerca de mí, a mi alcance, a mi disposición, y nunca, nunca en mi vida había reparado en ella como en ese momento. Durante horas la contemplé, o mejor dicho, nos contemplamos. Dejé de atender mi tos, ya no me importaba sentir la cara hinchada por la alergia, y ni el dolor punzante en mi cabeza que oprimían mis pensamientos podían hacerme dejar de mirarla. Pasaba la noche y allí estaba yo, sentado en mi cama, temblando y observando cada detalle, cada expresión, cada sentimiento... Era algo increíble, yo estaba fascinado. ¿Pero cómo explicarles esa sensación sin que piensen que estoy enloqueciendo? Primero voy a describir lo que ella provocaba en mí: repulsión.

Su sonrisa gorda y juguetona saltaba a la vista todo el tiempo. Era una boca fea, como hinchada por tanto uso, y que pretendía ser provocativa y sensual, pero fracasaba abiertamente, además, el color de su cuerpo lo empeoraba todo.

Lo primero que resaltaba de su figura era ese color. Ese brillante y encendido rojo que hacia juego con su carnosa boca. Era un rojo ardiente y sensual que brillaba en mi pálido cuarto como un fuego venido del mismo infierno. Era un rojo muy provocativo por sí solo, pero en ella era horrible. Daba impresión verlo en un cuerpo tan feo y amorfo, tan chato y poco excitante. Al fin de cuentas no hacía más que resaltar esa imagen de deseo que ella sentía por mí, pero no al revés. Es decir, a esa altura de mi observación, yo creía firmemente que ella me deseaba, que me amaba tanto que necesitaba mostrármelo de esa manera. Y a mí en cambio, como ya he dicho, me repugnaba la imagen que veía. Yo nunca podría querer esa piel tan gruesa, y esa anchura general que tenía su apariencia.

Pero tampoco me gustaba esa actitud que mostraba, esa calentura que rozaba la perversión. Esta "cosa" tenía definitivamente la libido muy subida, y su bizarra fealdad me parecía cada vez más repugnante.

Pero sin embargo no podía sacarle los ojos de encima. Seguía fascinado.

Allí estaba ella, en el piso, en un rincón poco iluminado del cuarto, pero emanando esa energía poderosa sobre mí. Y ya no lo toleraba mas, me había hipnotizado, había caído en su trampa fatal. Sin siquiera decir nada, sin siquiera moverse, ella iba absorbiendo mi alma por los ojos. Minuto a minuto sentía su orgullo crecer y mi espíritu morir, sentía que perdía una batalla, que perdía la vida. Y sin embargo ella estaba ahí, quieta y en silencio, como siempre estuvo, mirándome. Y yo seguía en mi cama tosiendo y temblando, muriendo por dentro y por fuera, mirándola.

De golpe cerré los ojos. Mi mente nublada no daba a basto, la fiebre me había dejado atontado. Pensaba lenta y frágilmente que hacer. Luego de un buen rato tome una decisión.

Las frazadas pesaban veinte kilos cuando las corrí y mi cuerpo tembloroso apenas podía moverse, así que realmente me costó mucho salir de la cama. Estuve un momento parado soportando el mareo, y luego de varios segundos abrí los ojos. Me dirigí al rincón poco iluminado del cuarto, agarré la palangana roja y la saqué afuera, al patio.






17 de octubre de 2014

La estrella


Ella vuelca la jarra de aguas sagradas
sobre la tierra ajada e infértil.
La miro verterla acurrucado y salvaje
con ojos de ave deseando carroña.
Mientras el agua pura se deja caer
la bella mujer sonríe iluminada
muestra ante mis ojos sus divino sacrificio
alimenta la esperanza enseñándome a ver.

No quiero resistir, quiero soltar
estas cadenas de estúpida convención.
No quiero mirar, yo quiero ver
desnudas las almas, desnudo el corazón.
No quiero beber, quiero limpiar
con pureza cristalina el barro mundano
El puerto me espera, el barco se va
subamos ahora que aún hay tiempo.



























Pintura: Vito Campanella

9 de octubre de 2014

Escucha y espera

Soplo de polvo gris
seco, amargo, tentador.
Sangre sin papel
donde derramarse.

Profundos surcos
en la piel quemada.
Vieja sal de mar,
viejo marinero de sal.

Ese que te habla ahí
parado como siempre
tragando su seca fé
mientras cruje la madera.

Oye los mismos gritos
oye los mismos tambores
que te impulsaron a dar
algo rojo desde adentro.

Espera,
no espera más.