22 de julio de 2014

Leo: El ñu

En una lejana llanura de la sabana africana, vivió un ñu llamado Ñatumbe, que tenía desde pequeño, la peculiaridad de ser un gran actor.

Un día, cuando las lluvias cesaron y la tierra comenzó su ritual incesante e infernal de agrietamiento; y el sol con su acalambrante poder comenzó a aplastar al mundo, el joven ñu, feliz y rebosante de alegría, bebía en un pequeño charco embarrado su ración matutina de agua. Junto a él, sus padres y sus hermanos, y sus primos y sus amigos, masticaban el poco pasto que había, llenando sus estómago mas de placer que de alimento.

Pasaron así las primeras horas de la madrugada, y cuando los escoltas más separados de la manada dieron la alarma, Ñat, el padre observó con calma los pastizales que los rodeaban unos metros más atrás. Olió a la leona desde allí, pero no dijo nada, y con un trote calmo acompañó a los demás. Luego se separó de la familia y quedó un poco rezagado. En ese momento saltaron a la ya feroz persecución, cinco leonas más, y elegidas las jóvenes y rezagadas presas, atacaron con todas sus fuerzas. Cuatro de los ñus lograron escapar de las garras felinas y la quinta leona, casi exhausta decidió cambiar de presa.

De esa manera los cinco jóvenes ñus se salvaron de la muerte, pero en cambio, Ñat que había quedado muy atrás, quedó envuelto en la final persecución de su vida. Luchó como ningún otro animal de su misma especie lo había hecho antes, tratando de patear con increíble energía a la leona, y de correr en zigzag en los momentos adecuados, pero, sin embargo un último manotazo lo hirió en las costillas y cambió el curso de la batalla. Al poco rato, la carne de Ñat era compartida con una familia de leones, y ya las hienas se arrimaban curiosas al próximo festín.

Luego de días y días, semanas y meses, años, décadas y vidas enteras. Cuando la vejez azotó a Ñatumbe, y asimiló la suerte que había tenido en sus largos años, supo que no quedaba mucho, supo que el fin y la negrura vendrían pronto, y que él cumpliría con el justo ciclo natural, y que alimentaría con su tierna carne a algún depredador acechante, y tal vez después a algún carroñero afortunado y persistente, para luego si, poder descansar bajo la polvorienta tierra. Y cuando actuaba frente a sus similares, y se movía febril entre la manada, haciendo creer a los demás que todavía estaba fuerte y sano como antes, e incluso cuando amistosamente se golpeaba de lleno contra algún joven miedoso, dando la sensación de que conservaba su poder intacto, él era consciente de su destino. Lo aceptaba y lo esperaba. Aun cuando siendo el líder de toda la manada, y siendo el más anciano de los ñus le correspondía el lugar más seguro en la formación, es decir, en el medio, él, tranquilo aguardaba el final.

Había visto morir tan heroicamente a sus padres primero, luego a sus hermanos y a tantos otros bajo las garras de los hambrientos felinos, que sabía lo que había que hacer cuando llegara el momento. Correr. Pero no por la vida propia, sino por la vida de los demás. Porque bien él sabía, que los demás mirarían de reojo en la huida, y lo que verían seria un espejo del futuro propio, verían el ímpetu instintivo y consiente de ganarle al destino. Verían a un héroe, que en su afán tantas veces imposible de ganar la carrera, lograba el triunfo. Porque habría dos posibilidades: o vivía, y demostraría una vez más su latente poder, o moría, y el sacrificio sería en nombre de toda la comunidad. 

Pero ese ímpetu seria una máscara, otra actuación del ñu, porque internamente sabía que no iba a vivir. Que su triunfo sería el sacrificio. Sin embargo él tendría que correr con toda la energía que sobrara en su anciano cuerpo, para así mostrarle a los demás, principalmente a los jóvenes, como se hace para no morir. Sería la escena final de su vida, y la más importante de todas.

Y así pasó.

Cuando la vieja leona, la que se llevo a su hermano años atrás, volvió a aparecer y la alarma sonó desde los costados, Ñatumbe trotó con calma. Y consciente dejó ir delante de sí al resto de la manada, se apartó y casi se ofreció a la cazadora. Vió morir a un joven compañero a su costado, porque ya eran tres las perseguidoras. La tercera leona fue entonces hacia él y serenamente el ñu se frenó. Calculó la distancia, y cuando el momento fue el correcto, pateó, y a lo primero creyó que era por deseo que veía eso, pero al girar su gran cuerpo lo corroboró. La leona estaba herida maullando en la tierra.
En ese momento se acercó la leona vieja, observó la situación y Ñatumbe aprovecho para escapar, pero estaba cansado. Las patas empezaron a temblar y la cazadora se dió cuenta. Con su último esfuerzo, porque ella también estaba cansada, corrió velozmente detrás del ñu. El viejo animal zigzagueó y logró sacar cierta ventaja, pero la leona herida estaba recuperada y corría también atrás de él. Con dos perseguidoras en su espalda, el ñu pensó que estaba perdido, así que se frenó.

Serenamente pensó en esperar el destino, pero recordó a su padre, recordó el coraje de aquel animal querido, y surgió de adentro suyo una inesperada energía. Ya no estaba actuando, quería vivir. Posó sus ojos en la leona sangrante y ella se detuvo presurosa. Aun le dolía el recuerdo de los minutos pasados, y la otra, la vieja fue derecho a su cadera. Ñatumbe levanto sus patas y le dio de lleno en la mandíbula. La vieja calló desmayada al suelo, pero la otra manoteando logró herirlo. Quiso correr, pero no pudo. Volvió a aparecer la leona joven por delante de él, y por detrás sintió el filoso hendir de los dientes de la leona vieja. Moviéndose tiro patadas para sacársela de encima, pero no pudo, ya tenía los cuatro colmillos de la otra leona en la garganta.

Las hienas reían a lo lejos y con el último vistazo antes de caer, logró ver a la manada de ñus, y en su imaginación distinguió a su hijo, Ñatimboro, y también vio su cara, y su gesto de horror e impotencia. Y le dolió el cuerpo de pensar en él. Cerró los ojos y murió.



16 de julio de 2014

Cantar bien

Canta la huella que lenta transita
por piedras de polvo en sol de destierro
Mira la mano bajar la bandeja
del loco viajero de lunas gastadas.

Si el pide tu alma a cambio de nata
refleja su lengua perdón de chasquearla
Y nunca te olvides de la melodía
que canta la huella que lenta transita:

"Que guíe la estrella y no la mentira
Que quíe a la tierra de tu fantasía
Que guíe la estrella y no la mentira
Que guíe a la tierra de nuestra alegría".

Pero sin embargo cuando te castigan
las fauces abiertas del perro de abajo
no dejes fatiga para postergar
tu eterno ladrido del fuego mayor.

Miralo crecer desde sus cenizas
minimas brasas de lava volcanica
hasta la locura frenetica y pura
del dolor agridulce que la vida te dá.

Por fin ese humo entra en tu vida
inspirando gaviotas en tu corazón
Gaviotas que cantan la vieja canción
Que canta la huella que lenta transita