22 de noviembre de 2014

Sagitario: Estoy bien

Nunca me vanaglorié de mi capacidad de ver el futuro. De hecho, pocas personas saben de mis presagios y de la paradoja: no puedo adivinar mi propio porvenir. Cuando ocurre vienen a mí imágenes, sensaciones, sonidos que aglutinados golpean mi corazón y mi estómago, dejándome por un segundo fuera del tiempo y del espacio. No es un don, es una maldición, una carga que siento más pesada cada vez que veo ocurrir lo que presagié. Es inevitable, lamentablemente nunca fallo.

Hace poco volví al barrio, visité a mis padres, les conté lo bien que van a estar cuando se muden y se enojaron. Una cantaleta sobre que me-fijara-en-mí-propia-vida-y-deje-de-mirar-y-condicionar-las-vidas-ajenas recibí a cambio de mi visión. Creí que ya habían decidido mudarse, pero no era así. Con un gusto amargo en la garganta y tristeza en el corazón me fui yendo, despacio, hacia la parada del bus. Allí me encontré con ella.

La conozco desde pequeño. Siempre fue igual en la escuela, en el liceo y en el barrio. Una niña de porcelana, educada, ajena al fango que la rodeó toda su vida, de mirada firme y paso acelerado, jamás la había visto sola. Era la líder del grupo y las otras niñas siempre la seguían agachando la cabeza. Todos sabíamos que era adoptada pero lejos de jugarle en contra, la hacía más especial. La niña de porcelana era ahora una mujer alta y seria. Con sus labios apretados en una fina línea parecía no haber cambiado nada, excepto su tamaño.

Cruzamos miradas.

-¿Cómo estás? –pregunté.

-Bien –me dijo delineando una sonrisa apenas perceptible y sentí una bocina aguda en mi cabeza. Vi todo.

Sentí en mis tripas su futuro enamoramiento, su mudanza, su embarazo, vi a su primer hijo, luego la adicción al alcohol y las pastillas que mantendría a escondidas, luego un intento de suicidio, discusiones con el esposo, negativas a ir un psicólogo, “estoy bien, estoy bien” decía a los gritos, y de fondo siempre el mismo problema. Siempre dijo y dirá “estoy bien”, pero por dentro el monstruo que guarda encontrará siempre una nueva manera de destruirla. Las discusiones terminarían en un divorcio, un viaje de regreso al barrio y una vejez llena de terquedad y falso optimismo. Las personas nunca cambian, en el fondo nunca cambian.

Esta visión, la más funesta de todas, vino a mí arremolinadamente en un sólo segundo de vértigo, nausea, éxtasis, dolor, euforia, tristeza e ilusión. Todo mezclado en ese segundo, como siempre, pero esta vez fue también un flechazo directo a mi parte más blanda. Me pegó en los ideales. Comprendí que me casaría con ella, inevitablemente.

¡Sí, yo! Yo, que nunca me casaría y nunca tendría hijos, yo, que mantendría mi palabra toda la vida. No pude evitar verme en ese presagio fatal casado con ella, tuve que ver mi derrota y sentir en el pecho como ambos nos destruíamos mutuamente, año a año, en un declive lento y solitario.

-¿Y vos? ¿Estás bien? –me preguntó.

- No, no estoy bien- dije y me fui de allí corriendo.

No paré de correr por mucho tiempo. Al fin me detuve, poniendo mis manos en las rodillas, sudando y sin aire. Mis rodillas temblaban, me sentía frente a un abismo muy profundo. No fue mi intención quedarme allí, así que salté.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario