22 de marzo de 2015

Y el gato sonríe

Había una vez una niña que se llamaba Alicia y vivía en el campo. Su mamá le había regalado un libro y ella lo había leído ávidamente en las tardes frescas y tranquilas de la estancia, a la sombra de un gran sauce. Los personajes eran fantásticos y divertidos; el conejo apurado, la oruga opiácea, el sombrerero loco y la reina de corazones habían empujado el límite de su imaginación y se sentía cada vez más en un mundo de maravillas. Rápidamente se encariñó con el personaje principal que se llamaba igual que ella y se dejó sumergir en las aventuras que página tras página la alejaban del aburrido mundo en el que estaba.

Una tarde, habiendo terminado el libro, la niña se quedó paseando por el prado de la estancia pateando piedritas, cantando y tocando los arboles ensimismada, hasta que de golpe se despabiló. Allí, en el suelo frente a ella, había un agujero. Era igual al que había imaginado, porque la Alicia del libro se metía en uno y era conducida al país de las maravillas en el que tantas cosas le pasarían luego.

- Es el agujero del conejo.- pensó Alicia y lentamente se acercó y vio que con esfuerzo su cabeza entraría.

Esa tarde, la niña aprendió una importantísima lección sobre la realidad y la fantasía, porque nunca más olvidó que al meter toda su cabeza en el sucio y húmedo agujero, una enorme rata de campo le mordió la nariz dejándole una cicatriz que cargó toda su vida.






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